Han hecho falta veinte años para que la comunidad slow empiece a ganar peso específico alrededor del mundo. Fiel a su bandera, la propagación ha sido sin prisa, pero sin pausa. Su influencia se ha hecho más notable en Europa que en ningún otro lado, aunque miles de personas viven bajo el manto del dinamismo slow por todo el planeta.
La expresión álgida que constata la buena salud del movimiento la ejemplifican las denominadas Slow Cities; con su lucha contra la homogeneización y apostando fuerte por los beneficios de la diversidad, algunos alcaldes de diferentes regiones abanderaron los postulados de Petrini, creando espacios proclives a un desarrollo desacelerado.http://movimientoslow.com |
Las Slow Cities, son lugares en los que ningún detalle queda al azar. Se concentra la actividad humana entorno a plazas, promoviendo la sociabilidad del ágora. Como no, se fomenta la producción de alimentos autóctonos, siendo incluso endémicos en algunos casos y los pequeños negocios artesanales brotan entre las callejas de los centros históricos.
Lejos de oponerse a la lógica capitalista, las Slow Cities se nutren de un turismo selecto que acude impulsado por los efectos positivos que absorbe a nivel sensorial.
La intención es clara; poner en contacto a todo un network de personas de procedencias dispares que comulgue con estos espacios en los que la buena mesa conecta directamente con la abierta idiosincrasia local, una cuidada hospitalidad y el respeto absoluto por el entorno natural. De esta forma, como el propio Petrini señala, acontece una globalización virtuosa en la que todos los agentes que conectan obtienen un feed back muy positivo de la experiencia, dando a conocer los albaricoques del Vesubio o permitiendo el descubrimiento del guisante del Maresme a interesados de la otra punta del planeta.
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