cualquier día de estos oímos cantar al
cuco, vemos cómo revientan las glicinias y el aire adquiere una densidad
ligerísima, evanescentemente espesa y olorosa, en mes y algo podrán regresar
las oropéndolas, es decir, el mundo seguirá siendo el que siempre fue pese a
todos los esfuerzos en sentido contrario que realizamos los humanos. Es de
creer que sea por eso por lo que suelen tener buena acogida, año tras año, los
artículos escritos con las mismas, idénticas intenciones que las nace este.
¿Cuáles?
Las de cantar la continuidad del ciclo
de la vida tal y como surgió para que agradeciésemos el canto monocorde de ese
pájaro de pecho surcado de un plumaje, que a algunos se le pudiera antojar de
presidiario, cuando tan sólo es el de un pillo explotador y perezoso;
aspirásemos ese evanescente aroma de la planta que se enreda y enrosca sobre sí
misma y puede llegar a asfixiar a las que tenga por vecinas o nos solazásemos
con ese revolotear negro y dorado de las oropéndolas mientras se dan un
banquete en nuestra higuera.
Poco a poco, todo irá dejando de ser
así. Las oropéndolas, quizá asustadas por los tornados que empiezan a ocupar
nuestras costas, alterarán sus rutas y sus vuelos; las glicinias irán siendo desocupadas
por el amarillo dulzón de las mimosas y el cuco, ah, el cuco, pensará que habrá
de resultar ocioso avisar a las lampreas de que pueden regresar al mar, cuando
los ríos ya no las convocan o los invitan a que permanezcan a sus puertas
estremecidos ante tanta porquería como los ocupa y ciega.
Si los cantamos, si decimos la primavera
está aquí, vuelven los colores y los aromas, los cantos y las bellezas, renace
la vida en el primer verano de cada año, nos sabemos vivos y completos. Por eso
entonamos siempre el canto de esperanza. Un canto que este año se complica con
todo lo que está cayendo, no sólo meteorológicamente.
¿Cuántas más cosas tienen que pasar,
para que deje de pasar lo que está pasando? De momento ya hace días que dejó de
ser noticia que alguien se suicidase ante un embargo. Hace muchos años, cuando
un banco no podía responder ante sus clientes, el banquero recurría al suicidio
en no pocas ocasiones. Hace unos meses, cuando un desahuciado se quedaba sin
hogar, era noticia el hecho de que optase por el suicidio; en pocas semanas
dejó de serlo si el desahuciado no era el propietario de la vivienda y la tenía
tan sólo en alquiler. Ahora ya no hay noticia alguna en hechos tales. ¿Y
mañana? ¿Qué merecerá ser noticia mañana?
No lo sé. No sé que noticia nos ha de
sorprender mañana. Por eso espero que cante el cuco, revienten las glicinias o
simplemente vea volar a una abubilla para tener algo hermoso que contarles
esperando que todo ello nos alerten los sentidos.
ALFREDO CONDE
Escritor, Premio Nadal y Nacional de
Literatura
www.elcorreogallego.es
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