4/3/13

Algunas claves de “El maestro del Prado”


Una aventura que cambiará para siempre nuestra percepción del arte y nos ayudará a comprender su función íntima y su sentido. Un libro, en definitiva, que se convertirá en todo un referente para aquellos visitantes del Museo del Prado de Madrid que quieran ver más allá de lo que muestran sus pinturas.
Javier Sierra se nos presenta en esta narración como alumno y maestro a la vez y nos enseña el Prado en todos los sentidos. Pero este escritor nunca hace las cosas como los demás. Para llevar a cabo el viaje iniciático que narra El maestro del Prado, urde una trama apasionante que tiene como hilo conductor la presencia y las enseñanzas del doctor Luis Fovel, un hombre misterioso al que un jovencísimo Sierra conocerá una tarde de finales de 1990 frente a La Perla, una de las mejores tablas de Rafael. A partir de ese encuentro, Fovel recorrerá con el autor las salas del museo y le descifrará los enigmas que esconde su colección renacentista, proporcionándole una serie de pautas que llevarán al escritor mucho más lejos de lo que nunca hubiera imaginado.
Cuando se pintaron los cuadros de Rafael, Leonardo o Tiziano, en pleno Renacimiento, explica Fovel, muchos pensaban que el modelo cristiano del mundo estaba al borde del colapso, que se vivía el fin de los tiempos y no había noble, clérigo o pontífice que no estuviera atento a las profecías que recorrían el continente. Fue una época en la que la Inquisición era la celosa guardiana de la ortodoxia y aquellos maestros tuvieron que utilizar imágenes de aspecto inocuo para transmitir ciertos conocimientos prohibidos que les habían sido  confiados por sus mecenas. Si se desconoce esto, afirma Fovel, resulta imposible penetrar en el sentido profundo de las pinturas.

El triunfo de la muerte (Pieter Brueghel el Viejo)
Ésta será la primera lección de un sorprendente recorrido por el Museo. Para Fovel, la obra de Rafael y las de otros genios como Bosco, Brueghel, Tiziano, Juan de Juanes o El Greco fue concebida como una puerta, un acceso directo sin intermediarios eclesiales, hacia el mundo espiritual. Su arte, pues, había que aprender a mirarlo con el alma, no con los ojos.
Con semejante óptica Sierra descubrirá, por ejemplo, que La Gloria de Tiziano, el impresionante cuadro que se encuentra a la entrada del museo, debe entenderse literalmente como un umbral mandado crear por Carlos V en persona para que su espíritu accediera más rápidamente a la vida eterna. Fue un lienzo ante el que el emperador meditaba con frecuencia y una de las pocas posesiones que se permitió en su retiro de Yuste antes de entregar su alma a Dios.

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