Una aventura
que cambiará para siempre nuestra percepción del arte y nos ayudará a
comprender su función íntima y su sentido. Un libro, en definitiva, que se
convertirá en todo un referente para aquellos visitantes del Museo del Prado de
Madrid que quieran ver más allá de lo que muestran sus pinturas.
Javier
Sierra se nos presenta en esta narración como alumno y maestro a la vez y nos
enseña el Prado en todos los sentidos. Pero este escritor nunca hace las cosas
como los demás. Para llevar a cabo el viaje iniciático que narra El maestro
del Prado, urde una trama apasionante que tiene como hilo conductor la
presencia y las enseñanzas del doctor Luis Fovel, un hombre misterioso al que
un jovencísimo Sierra conocerá una tarde de finales de 1990 frente a La
Perla, una de las mejores tablas de Rafael. A partir de ese encuentro,
Fovel recorrerá con el autor las salas del museo y le descifrará los enigmas
que esconde su colección renacentista, proporcionándole una serie de pautas que
llevarán al escritor mucho más lejos de lo que nunca hubiera imaginado.
Cuando se
pintaron los cuadros de Rafael, Leonardo o Tiziano, en pleno Renacimiento,
explica Fovel, muchos pensaban que el modelo cristiano del mundo estaba al
borde del colapso, que se vivía el fin de los tiempos y no había noble, clérigo
o pontífice que no estuviera atento a las profecías que recorrían el
continente. Fue una época en la que la Inquisición era la celosa guardiana de
la ortodoxia y aquellos maestros tuvieron que utilizar imágenes de aspecto
inocuo para transmitir ciertos conocimientos prohibidos que les habían
sido confiados por sus mecenas. Si se desconoce esto, afirma Fovel,
resulta imposible penetrar en el sentido profundo de las pinturas.
El triunfo
de la muerte (Pieter Brueghel el Viejo)
Ésta será la
primera lección de un sorprendente recorrido por el Museo. Para Fovel, la
obra de Rafael y las de otros genios como Bosco, Brueghel, Tiziano, Juan de
Juanes o El Greco fue concebida como una puerta, un acceso directo sin
intermediarios eclesiales, hacia el mundo espiritual. Su arte, pues, había
que aprender a mirarlo con el alma, no con los ojos.
Con
semejante óptica Sierra descubrirá, por ejemplo, que La Gloria de
Tiziano, el impresionante cuadro que se encuentra a la entrada del museo, debe
entenderse literalmente como un umbral mandado crear por Carlos V en persona
para que su espíritu accediera más rápidamente a la vida eterna. Fue un lienzo
ante el que el emperador meditaba con frecuencia y una de las pocas posesiones
que se permitió en su retiro de Yuste antes de entregar su alma a Dios.
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